Las consecuencias que una agresión encefálica produce en los niños presenta características que son específicas para esta etapa del ciclo vital. Los factores noxantes pueden producir su impacto por lesiones estructurales macro o microscópicas, por distorsiones en el funcionamiento o por interferencias madurativas etc. Dos circunstancias se destacan en la determinación de la lesión neurológica pediátrica, la maduración y la plasticidad neuronal.
El hecho de que las funciones nerviosas del niño estén en un proceso de diferenciación y madurez determina que la lesión cerebral no sea tan localizada como en el adulto, tendiendo a un déficit generalmente difuso. En el niño en evolución, la respuesta a la agresión implica una temprana detención y desorganización funcional con interferencias en las adquisiciones (Tallis, 1982). En general cuanto más temprano interfiere la lesión en la maduración ontogénica, más grave es la expresión de su trastorno. Además de la edad se suma a los efectos de las características de la misma la intensidad y localización. Igualmente una distorsión severa en el desarrollo sería totalmente distinta si una misma agresión se produce en la misma zona una vez terminado tanto el proceso de mielinización como el de formación celular y desarrollo sináptico que antes de haber terminado.
En el concepto de la interferencia en la maduración y el aprendizaje es central entender que además de lo que el cerebro no puede hacer es importante lo que no puede captar. Cuando el sistema nervioso no puede realizar las líneas generales del desarrollo por una interferencia lesional este busca una nueva organización que seguramente será más lábil y menos eficaz. Es decir que la lesión más que bloquear la maduración, altera su curso. El resultado de esta nueva organización alejada del desarrollo normal se expresa clínicamente en distintos síntomas y formas de funcionamiento.